La
esclavitud no solo es como se pinto en tiempos prehistóricos, lo cual era ve
personas encadenadas trabajando hoy en día aun seguimos siendo esclavos de la
obsolescencia programada la cual es una estrategia comercial que consiste en la planificación del fin de la vida útil de un
producto o servicio, de tal forma que tras
un periodo de tiempo (calculado por el fabricante o por la empresa) se quede
obsoleto o inservible.
En definitiva, es una
especie de artimaña mediante la cual hacen que un objeto tenga que sustituirse
en cierto periodo determinado. Puede que suene un poco a paranoia, o a
conspiración, pero no os miento si os digo que todos los sufrimos día a día.
¿Pero esto no hace
que la imagen de las empresas se vea afectada negativamente? Para nada. La
planificación es tan cuidada que el producto o servicio dura el
suficiente tiempo para que las empresas no vean afectada su imagen de
calidad, e incluso genere beneficios. Pero, ¿sería razonable penalizar esta práctica?
Una variante de la
obsolescencia programada es la obsolescencia percibida. Esta
se produce cuando la maquinaria publicitaria saca todas sus armas para crear en
el consumidor la necesidad de poseer el último modelo lanzado.
La obsolescencia
programada puede esconderse bajo un eslogan como” hacer la vida más fácil”,
“adaptarse a los tiempos que corren”, etc. Aunque podamos seguir utilizando
el “menos nuevo”, hacen que nos encaprichemos con otro más grande y bonito pero
de similares funcionalidades.
Las consecuencias de
estos fenómenos son claras. El bolsillo del consumidor se ve afectado al verse
obligado a sustituir su producto por otro nuevo. En contra, las empresas
consiguen mas demandan y, por ende, aumentan sus beneficios. Sin
duda, desde sus inicios, el objetivo de la obsolescencia programada es el lucro
económico.
Por otro lado, las consecuencias
psicológicas también son evidentes. Llegan incluso a modificar
nuestras pautas de consumos (comprar, usar, tirar, comprar…) haciéndonos desear
productos que ni necesitamos.
Sin embargo, el
principal problema está en la gran cantidad de residuos que se originan
actualmente al realizarse este fenómeno una y otra vez en todo el mundo. Es
por esto que la sostenibilidad de este modelo a largo plazo es muy discutida
por organizaciones ecologistas.
¿Cuándo surgió?
Este concepto se remonta a 1932, cuando Bernard
London propuso terminar con la crisis de la Gran Depresión a
través de la obsolescencia programada y
obligarla por ley (aunque nunca se llevase a cabo). Su objetivo era obligar a
las fábricas a producir objetos que rápidamente se deterioraran y que tengan
que ser sustituidos por otro nuevo para, así, reactivar la industria y la
demanda de productos.
Aunque, tal y como
hemos dicho, nunca se llegó a imponer por ley, sí se tomó comomodelo de
línea de negocio en muchas empresas, especialmente en el rubro de la
electricidad y bombillas de la luz.
Alcanzó su mayor
popularidad en 1954 cuando Brooks Stevens, diseñador industrial de EE.UU.,
dio una conferencia sobre lo que suponía la nueva producción en masa y lo que
implicaba económicamente una producción más barata y con precio más bajos,
utilizando de este modo el término de obsolescencia programada.
Productos programados para morir
“Comprar, tirar, comprar”. Este es el nombre que recibe un
documental dirigido por Cosina Dannoritzer y coproducido por Televisión
Española que muestra qué es la
obsolescencia programada y cuáles son
sus principales efectos y consecuencias.
En él nos muestran
los ejemplos más polémicos de obsolescencia programada. Entre ellos encontramos las
bombillas. Cuando Edison puso a la venta su primera bombilla en 1881, la
duración de este artilugio era de 1500 horas. Treinta años más tarde, se
publicó un anuncio donde aparecían unas bombillas cuya duración certificada era
de 2.500 horas.
Pronto descubrieron
que ir prolongando la duración de la vida de las bombillas solo supondría el
fin de sus lucrativos negocios. Por este motivo, un 25 de diciembre de 1924 se
reunieron en Ginebra y decidieron crear un cártel mundial donde pactaron limitar
la vida útil de las bombillas eléctricas en 1.000 horas.
Con el tiempo, el
cártel fue denunciado y, supuestamente, dejó de funcionar. No obstante la
práctica de reducir a propósito la vida de las bombillas sigue en vigor
actualmente. A pesar de ello, una bombilla ha conseguido sobrevivir a estas
estratagemas y lleva encendida 111 años en la estación de bomberos de
California. Incluso puedes verla a través
de una webcam en Internet.
Otro ejemplo son las medias
de nailon. A finales de los años 20, este tipo de medias eran casi
irrompibles. Debido al descenso de las ventas dado que las mujeres no
necesitaban comprar otras, años después se comenzaron a comercializar las
dichosas medias que toda mujer conoce, las cuales se rompen con extremada
facilidad.
En cuanto a las impresoras,
¿sabíais que la mayoría de estos productos contienen un chip que
registra el número de impresiones y que, cuando estas llegan al límite
marcado, automáticamente dejan de funcionar? Cuando se rompen puedes llevarlas
a reparar, pero la mayoría de las veces te encontrarás con la rúbrica de que es
más barato comprar una que arreglarla.
A esta lista se suman los
automóviles. Muchas veces he escuchado decir que en los años 50 y 60,
la vida útil de un coche era el doble que en la actualidad, cuya duración media
no supera las tres décadas. Ni que decir tiene la obsolescencia programada que
sufren piezas de los coches como los frenos, los cuales, tras un número de
frenados, comienzan a perder capacidad.
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